BASURA BAJO LA ALFOMBRA

El tremendo sismo, que sacudió a Chile, el sábado 27 de febrero, no solo dejó más de 800 muertos, miles de heridos y aún, un incontable cantidad de familias sin absolutamente nada más que con lo puesto encima. Ha podido abrir una insalvable brecha de credibilidad hacia un país que se auto-proclamaba como el modelo a seguir por el resto de las naciones de América Latina, al conseguir salir del subdesarrollo.

Todo comenzó con la desgraciada llegada al poder de Augusto Pinochet al gobierno de Chile. Logró este, reunir el mejor y más competente equipo de asesores, capitaneados por el legendario Ingeniero Civil de Minas, Hernán Büchi. Sus ideas en economía no eran muy diferentes de los llamados Chicago Boys” de Milton Friedman, el verdadero papá del neoliberalismo. 

Este, con la valiosa colaboración de empresarios, militares y los sucesivos gobiernos, ha podido construir un marketing publicitario casi perfecto, con muchas luces de colores y demasiada fanfarria. Sus  números y estadísticas asombraron al mundo, en su momento, y de un modo u otro, desviaban la atención sobre los miles de muertos y desaparecidos, que producía el régimen militar.

Los titulares de los principales diarios económicos del planeta, veían  a Chile como un país exitoso y autosuficiente. Lo comparaban con aquellos famosos tigres asiáticos, que batían records de producción y exportación, mes a mes. La imagen creada por Chile y que proyectaba al exterior, causaba verdadera envidia y admiración, no solo a los países de la región, si no a todas las naciones tercermundistas.

La célebre frase, “Chile si puede”, hacía morder de rabia a los vecinos, que usando ideologías similares, no conseguían dar en la tecla, fracasando una y otra vez. Mientras que Chile era el imán indiscutido de las inversiones extranjeras; en los demás países, el capital migraba sin poderlo atajar. 

El que visitaba Santiago, no podía dejar de reconocer que las construcciones se multiplicaban por cien y el que volvía dos o tres meses después, casi terminaba por no reconocerla.

Casi antes de la vuelta a la democracia, había una  aglomeración tal  de industrias en Santiago y el gran Santiago, que era el único país sudamericano que se podía ver lo que se respiraba, aún por encima de San Pablo. 

Todos creíamos que los habitantes de este puma sudamericano, vivían una sociedad altamente progresista, donde sus residentes gozaban de la bonanza de una economía social de mercado igual que en los países del Primer Mundo.

Con la llegada del Mercosur, también Chile deseó integrarlo, pero tuvo que esperar un buen tiempo, antes de ingresar al bloque regional, ya que los primitivos socios no se ponían de acuerdo en muchos puntos esenciales. A pesar de esto, existía en Chile, cierto tipo de miraba altanera y soberbia con respecto a sus posibles socios, a los que miraba por encima del hombro. Su única condición, era gozar de un status diferenciado debido a su gran asimetría con el resto de los integrantes.

Pero el sismo del 27 de febrero, ha dejado al descubierto que las asimetrías más marcadas, la tenía entre sus propias clases sociales, que siguen padeciendo las mismas miserias que antes de la llegada de Pinochet. En 1985 Chile era uno de los países más pobres de Sudamérica. Aproximadamente los desempleados llegaban al 20 % y casi el doble de esta cifra, vivía sumergida por debajo de la línea de pobreza.

Hoy, de una manera u otra, sobrevive el modelo económico impuesto por los militares, y sostenido como sea por los grandes empresarios que siguiendo las pautas neoliberales, han concentrado toda la riqueza en el 5 % de la población. Chile es un país que sigue exhibiendo uno de los índices de desigualdad social más altos del mundo.

Sin embargo, con sus luces y sombras sobre sus espaldas, está luchando denodadamente por salir del tercer mundo, pero si su gente no tiene calidad de vida, por más superávit que tenga su balanza comercial; si no existe nada equitativo en la distribución de su propia riqueza, entonces ese esfuerzo no sirve absolutamente para nada.

Ahora bien, uno de los puntos más llamativos que ha causado el sismo chileno es que este no fue el primero de su historia y seguramente no será el último. Sin embargo jamás, un gobierno  chileno, en una catástrofe similar, tuvo que enviar 10 mil soldados a las regiones afectadas, para contener los saqueos, de hordas histéricas, a los grandes supermercados.

Nadie recuerda que haya habido necesidad de aplicar las leyes de excepción o imponer el toque de queda, para proteger la propiedad privada, en alguna otra oportunidad. Otro hecho bastante significativo, resulta el hecho de esconder las cifras oficiales de muertos por la tragedia, haciendo una ostensible disminución, en los números, como si ese simple dato estadístico fuera importante como para seguir apuntalando toda costa su ya endeble escenografía hollywoodense.

Por desgracia para Chile y para todo el resto del sub continente,  el verdadero milagro chileno, consistió en esconder toda su pobreza como si fuera un terrible secreto, por tantos años, sin que los países vecinos se percataran de semejante fraude. Es un país donde todavía no han terminado de sincerarse con su propia historia y aún se siguen desenterrando muchos cadáveres, mudos testigos, de tanto asesinato indiscriminado.

Por lo tanto, esto es una clara muestra de lo que continuamente pregono. Las cosas no siempre son como la ven nuestros ojos. Para ello es necesario, si es que se quiere conocer la verdad, raspar un poco la superficie. Con ello se logrará “no tragarse los sapos” que nos quieren vender. Sin embargo habría que felicitar a los ideólogos de tan macabro plan, por lo casi perfecto de su obra, que de no ser por el sismo, nadie jamás podría haber intuido, que debajo de la alfombra se encontrara toda la basura.