Liberarnos de Buenos Aires

Enrique Vargas Peña (foto de elpais.com.uy)

Nuestro ministerio de Relaciones Exteriores comunicó el viernes (02 de noviembre) que Argentina no es tan mala como creemos muchos paraguayos y que los escaneados que ordenó sobre los contenedores de las exportaciones paraguayas serán “solamente” eventuales y “enmarcados en las normativas legales” (http://bit.ly/TmKLwh), (http://bit.ly/Yj0NLy).

Según los medios, cuando nuestros exportadores plantearon a nuestra cancillería elevar una protesta ante la Organización Mundial de Comercio (OMC), ella, la cancillería se opuso (http://bit.ly/RD3SAd), tal vez porque no quiere que Argentina se enoje. 

Se observa fácilmente por qué Argentina no necesita embajador en Asunción: Tiene a nuestra cancillería para su beneficio. Ella vota por Argentina en la ONU aunque Argentina sea hostil; justifica y explica las revisiones argentinas a nuestras exportaciones y se opone a procesar a Argentina ante la OMC.

Iluso yo, esperaba que nuestra cancillería emitiera un comunicado condenando a Argentina en vez de acciones defendiéndola; pero el punto es, simplemente, que la situación por la que nuestras exportaciones están sometidas a cualquier grado de revisión en el puerto de Buenos Aires, o en puertos argentinos, cualquier grado máximo o mínimo, supone un riesgo permanente para nuestra capacidad de tomar decisiones autónomas sobre nuestro propio destino.

Guillermo Ehrecke me explicó alguna vez, hace tiempo, que la razón por la que nuestras exportaciones deben recalar en puertos argentinos es principalmente tecnológica: Para resumirlo muy sintéticamente, nuestros portacontenedores son básicamente de borda baja (sus costados no son altos) y, por tanto, no pueden navegar en aguas con oleaje.

Como las aguas con oleaje aparecen en el Río de la Plata, allí tenemos que hacer el transbordo de nuestras exportaciones. Y ese lugar es Argentina.

Me explicaba Guillermo que hay una cuestión de costo muy importante, decisiva, que impide que buques de borda alta, como eran los que tenía la desaparecida Flota Mercante del Estado, sean usados.

Dije en la 9.70 AM que esta situación me parece similar a la que enfrentaron, casi al mismo tiempo, Inglaterra y Venecia durante el siglo XVI, de la cual salieron Inglaterra, que era país de tercera categoría, convertida en potencia mundial y Venecia, que era potencia mundial, en país de tercera categoría.

La navegación, en aquellos días, se hacía en dos tipos de naves, una de borda alta con una o dos velas, con mayor capacidad de carga, y otra de borda baja con remos, con menor capacidad de carga. Las naves remeras (galeras) aseguraban velocidad permanente pero no podían realizar travesías de alta mar. Las veleras podían realizar las travesías de alta mar, pero no podían asegurar velocidad.

Los técnicos de Enrique VIII de Inglaterra, desarrollaron entonces una nueva tecnología, agregando velas y mecanismos rápidos de elevación y descenso las mismas, lo que permitió a sus naves de borda alta asegurar lo que no tenían, velocidad, en alta mar. Con ello, abarataron drásticamente el costo de sus fletes y de los seguros.

Los venecianos, en la misma época, en una de las más erradas decisiones estratégicas de la Historia, resolvieron mantener su flota de galeras, con alto costo en remeros y menor capacidad de carga. Como consecuencia, sus fletes perdieron competitividad ante los de los veleros.

Los resultados no tardaron en notarse: Venecia fue desplazada del comercio mundial, Inglaterra se convirtió en la primera potencia comercial y, para 1799, cuando Inglaterra alcanzaba la cúspide de su poder, Venecia dejaba de existir como país independiente.

Espero que el ejemplo contribuya a hacer ver que si nuestros exportadores y el Estado no asumen la necesidad urgente de ajustar nuestras tecnologías de navegación para posibilitar que nuestras exportaciones ya no tengan que pasar por puertos argentinos, terminaremos como Venecia.


Publicado en la edición de La Nación del domingo 04 de noviembre de 2012